Hace mucho rato quería conocer Chocó, había escuchado a mi papá hablar de esa tierra, él había viajado a Quibdó por allá en el año 1979 como presidente del Sindicato de Trabajadores del extinto Ministerio de Obras Públicas y Transportes, recuerdo muy bien que yo tenía 8 años y cuando regresó del viaje, le saqué las tripas preguntándole de todo, él me dijo que era pequeña, que no había mucho progreso pero que la gente era especial, y eso fue precisamente lo que viví.
Sólo estuve tres días en Quibdó, sólo miré desde el cielo la basta selva, sólo vi su cielo y su maravilloso río Atrato por tres soles y lunas, pero quedé enamorada y pensando seriamente en qué hacer por esa maravillosa gente. Qué hacer por la mejor gente del país, personas bellas por dentro y por fuera, que viven en una población grande que tiene sólo tres o cuatro semáforos, cuyas calles no están todas pavimentadas, donde las motos llamadas "rápidas" son lo más caótico que he visto, donde la costumbre de usar capas de asfalto para las paredes externas de edificios y casas, por el tema de la constante humedad y lluvia, hacen ver a una ciudad oscura, pero que brilla por la calidad y calidez del chocoano. No les importa el rango o la posición que tengan en una organización, ellos todos son humildes, cálidos, son gente preciosa.
Me contaron que el aeropuerto de Quibdó, hace apenas unos años tuvo luz en la noche, la puso el expresidente y hoy senador Álvaro Uribe Vélez, para poder trabajar hasta tarde y salir directo a Bogotá por las noches, pero que ningún presidente se ha quedado a dormir en la ciudad, algunos ministros si, y duermen en la nueva edificación de la Policía o en una casa militar.
Ellos son orgullosos de lo que tienen, pero se preocupan porque reconocen que tienden a dormirse en los laureles, que les falta mayor empuje y terminar las cosas que empiezan. Tienen tierras riquísimas, llenas de oro que otros explotan y se llevan del país, algunos lo hacen aún sin licencia y dejando derramar mercurio pero con el guiño del gobierno, también producen madera, aunque no se si reforestan ese inmenso bosque que tienen, siembran la piña más deliciosa que he probado, más que la oromiel que compro en almacenes.
Siembran cacao, uno de los más especiales del mundo, tienen un cafe maravilloso, tienen playas en el Atlántico y en el Pacífico, pero los chocoanos no las conocen, no hay carreteras para llegar hasta allá, hay que ir en avión y sólo los turistas lo hacen, claro que el favorcito del secuestro del General Alzate les ha disminuido el número de turistas.
Una autoridad me decía muy franca, la guerrilla está en todo lo largo del Río Atrato, ellos cuando les explicas que vas a trabajar te dejan pasar, pero algunos secuestrados no han corrido con esa maravillosa suerte.
Chocó tiene a sus ballenas, tiene su borojó, manifestaciones culturales mil, bailes, cantos, comunidades indígenas y afros, tiene tantas cosas, ¡pero les hace falta muchas más! salí de Chocó, amando a los chocoanos, y pensando qué puedo hacer como colombiana, por ellos.
Esos negros de piel, con dientes blancos y alma blanca hicieron ver en mi, que soy solamente una negra disfrazada de blanquita, una blanquita con nariz chata, bemba gruesa y de seguro con más ancestros africanos que españoles.
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